1.11.08

Another short (day)dream


Mete la mano al bolsillo,

saca un ser viviente, como un muñeco de cera.

Lo apretuja:

es gelatinoso y amarillo.

Lo observa con un desprecio reservado y aparta la mirada de odio

justo a tiempo para lanzar a esa plasta

de tejido histérico de baba lejos de sí

a un estanque de lodo.

Esther Brooks


[y entonces calla, y sus palabras no se escuchan más;

pero gesticula aún.

Llamandonos a verla. Yo me resisto, no quiero darle el gusto. Sermonea un poco más, levanta las manos y jala las alas de un ángel con firmeza. El ángel reclama con un grito inmenso. De una inmensidad extraña, que no se escucha en la Tierra. De una profundidad extraña, que agría el ambiente y lo deja por vez primera puro.

El ángel cae a la mesa y se retuece de dolor. Yo también tengo ganas de llorar.

Dicen que cuando un ángel llora, mil galaxias se desvanecen. Se esfunan -così come l'aria- diceva la nona, que tanto sabía de estos issues.

La mia nona y no la de la mesa de al lado, quien ahora deviene histérica y nostálgica- così come una bambina.

Su nombre es Esther Brooks. Viene de un país del medio oriente calcinado en la miseria de la eterna posguerra.

Esther Brooks pellizca a la niña sentada frente a ella, luego la besa y le consuela la cara. La cara de esa niña que desconcertada mira a Esther Brooks y le sonríe.


Vemos ahora a Esther Brooks ponerse de pie, coger su bolso, caminar hacia la puerta, tropezar y morir.